El día 24 de julio de 1996, el niño autista Joaquín Ayete García, de 14 años de edad, residente en Zaragoza (España), se extraviaba en el Valle de Gistain (Huesca), asustado al parecer, por la caída de unas piedras, cuando regresaba, en compañía de cuatro monitores y de otros quince muchachos que no padecían ningún tipo de discapacidad, de una excursión por las faldas del Bachimala, una impresionante mole de 3.000 metros de altura, en el corazón del Pirineo aragonés.
Las fuertes lluvias caídas en el día de su desaparición, las bajas temperaturas nocturnas y las carencias que conforman la condición autista de estas personas, hacían presagiar la peor suerte de este muchacho. Desgraciadamente los pronósticos se confirmaron, cuando tres años más tarde, el 11 de junio de 1999, un montañero francés localizó unos restos humanos a seis kilómetros del lugar donde acampaba, y a 2.700 metros de altura, en una zona de neveros, cerca de un refugio. Si bien los padres ya habían identificado a su hijo por las ropas que llevaba, el Juzgado de Boltañá (Huesca) ordenó que se realizaran las pruebas ADN, que consistieron en la comparación de muestras de sangre de los padres con diversas muestras de los restos hallados. El resultado de la prueba indicó que un 99'9% de certeza en la investigación, lo que equivalía a considerar probada la filiación del niño.
Cuando aconteció la desaparición de Joaquín, era reciente todavía el desgraciado desenlace ocurrido a finales de noviembre de 1995, en la que, una niña autista de cinco años de edad, Eva María Lavandeira Fernández, que se había extraviado en el Monte Fato, término municipal de Vimianza (A Coruña), al abandonar el interior del vehículo en que, como en tantas otras ocasiones su padre la había dejado, el tiempo preciso para dar una ojeada a los caballos de su propiedad que pastaban por aquellos lugares. Una intensa búsqueda finalizó seis días más tarde, cuando el cuerpo de la infortunada niña fue localizado, sin vida, junto a un riachuelo, a unos 5 kilómetros aproximadamente del lugar donde había desaparecido.
Sin embargo, otros casos similares tuvieron, afortunadamente, un final feliz. Es el caso del niño autista Xavier Calatayud Corral, de ocho años de edad, que estuvo extraviado en los bosques de Madremanya, cerca de Girona (Cataluña- España), hasta que dos días después fue rescatado al ser avistado, desde el aire, por un helicópetero de los Bomberos de la Generalitat de Catalunya que participaba en su búsqueda.
También a principios de agosto de 1990, el niño autista de doce años de edad, Josep Miquel Recio, vecino de Barcelona, desapareció de pronto del albergue "La Farga de Queralbs", en la provincia de Girona (Catalunya - España), donde estaba disfrutando de unas vacaciones con cincuenta niños con discapacidades psíquicas. Fue hallado al día siguiente de su desaparición de manera casual, por un veraneante, que lo localizó caído en el fondo de un barranco, y recuperándose muy pronto de las heridas sufridas.
El subteniente Monjas, de la Guardia Civil, que era el responsable de coordinar los trabajos de búsqueda del niño Joaquín Ayete, explicó a los medios de comunicación, que hacía cinco años, por aquellas mismas fechas, le tocó vivir una experiencia similar, al extraviarse en el vecino Valle de Benasque, otro niño autista, que afortunadamente fue hallado con vida.
Solamente los padres y los profesionales que trabajan con niños autistas, pueden comprender estas situaciones, es decir, como es posible que, de pronto, uno de estos niños desaparezcan. Es evidente que no se trata de de imprudencias ni de despistes en la mayoría de los casos. Mi hijo David, afectado de autismo, desapareció de mi lado , sin saber todavía cómo, en unas montañas de La Garriga (Barcelona), en octubre de 1988, y permaneció perdido por espacio de hora y media en el espesor de un frondoso bosque de pinos por espacio de hora y media. Cuando se estaba intensificando la búsqueda, con la ayuda de la Policía Muinicipal de aquel municipio, el niño apareció , como por arte de magia, muy cerca del lugar donde había desaparecido.
Recuerdo haber leído en una ocasión que "los niños autistas son como pequeños diablos, que, de pronto, pueden desaparecer, para volver a aparecer como en un abrir y cerrar de ojos"
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