jueves, 9 de junio de 2011

LA RECLUSION DE DEMENTES A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

La reclusión de personas con demencia, a principios del siglo XX era ciertamente una situación muy proecupante por la falta de una legislación adecuada. Cualquier persona podía ser encerrada en un manicomio. Bastaba la simple firma de un médico. Así muchas personas estuvieron toda su vida injustamente confinadas en establecimientos psiquiátricos por circunstancias muy diversas, entre ellos por intereses de familia, y que solamente abandonaron al fallecer, para ser conducidos al cementerio, su última morada. De ahí que hubo quien recurriera al suicidio como única alternativa para librarse del suplicio que suponían aquellos inhumanos encierros. Vean un artículo que publicó, a raíz de uno de estos casos, el diario barcelonés "La Vanguardia", a mediados del mes de julio de 1903.

"RECLUSIÓN DE DEMENTES

Muchos legisladores han tratado de reformar en Bélgica, Francia y España las disposiciones que rigen en tal materia. Nada, sin embargo, se ha hecho que valga la pena de ser mentado y eso que el asunto es de vital importancia.

Depende, en algunas ocasiones, de una buena ley de reclusión de dementes la vida de un hombre. Recientemente se suicidó en un manicomio de Francia un infeliz que, desesperado al verse recluído sin motivo, prefirió la muerte á la locura que hubiese acabado por apodedarse de él. Por una serie de coincidencias se ha sabido de un modo indudable que el desdichado fué víctima de un pariente interesado en hacerle encerrar. Bastó la firma de un médico para cumplir tal iniquidad.

En una carta que escribió el suicida poco antes de morir, explica cuan espantoso era el suplicio á que le condenó la maldad ajena.

"Apenas estuve encerrado y pasé unos días en este lugar, comprendí que toda esperanza me estaba vedada. ¿Cómo hacer comprender al médico y á los loqueros que estaba sano?. Si me resignaba, tomábanme por idiota, decían que estaba en un periodo de calma y de relativa lucidez; si se me ocurría desesperarme, me amenazaban, y en más de una ocasión se me ha castigado brutalmente. --¿ No véis que estoy cuerdo, miserables ? -- gritaba yo defendiéndome. Y me pegaban con mayor dureza y me ponían la camisa de fuerza y la horrible mordaza. Si razonablemente, á las horas del paseo ó de la comida quería convencer á mis verdugos de que estaba en mi cabal juicio, mirábanse criados y médico y en aquella mirada leía yo que decían: -- "Si, si, todos los enfermos dicen lo mismo" -- me llamaban enfermo. Esta sola palabra me exasperaba. Algunas veces no pude contenerme y grité : -- ¡ Llamadme loco por lo menos ! -- Y uno de los criados contestaba: -- Bueno, como usted quiera; no se enfade.--

"Enfadarme, no; padecer, lo indecible. No sólo padecía por mí, sino por mis desdichados compañeros. Algunos me inspiraban espanto, otros repulsión, otros repugnancia, y todos una lástima infinita. Traté de convencer á algunos visitantes de la iniquidad de que eran víctimas. Cuando empezaban á escucharme , pasaba el director, uno de los ayudantes, un loquero; hacía una seña á mi interlocutor. No la veía; la adivinaba Desde aquel punto el visitante se desentendía de mi ó me escuchaba por pura cortesía y lástima. ¡Oh !. ¡ Esa seña maldita debo el estar borrado del libro de los hombres; el suplicio de haber pasado años y años y solo, en la soledad más espantosa.

"Si, solo, solo del todo. Un cuerdo no puede hablar mucho tiempo con los dementes sin sentir que el aura de la locura sopla dentro de su cráneo. Es imposible saber lo horrendas que resultan las conversaciones de los locos. Dan á un tiempo lástima y terror, un terror más profundo que el que engendra el abismo, que el que produce una catástrofe de sangre. Es el terror de los sobrenatural, el que hace que se ericen los cabellos, que casteñeteen los dientes, que un frío desconsolador penetre hasta el tuétano,

"Comprende, pues, lo que he padecido y comprende que todo padecimiento tiene un límite."

Téngase en cuenta que esta carta está escrita por un hombre de ilustración mediana, que jamás escribió para el público. Imagínese el horror que produciría igual relación escrita por Dikens ó Poe.

Un diputado francés ha tomado la iniciativa de reformar la ley que hoy existe para evitar que puedan padecer suplicios parecidos y, aún peores otros hombres. Ha presentado ya su proyecto de ley a la Cámara. En cuanto se apruebe, ya no será posible recluir á un hombre por el simple dictamen de otro hombre. Para recluir á un presunto demente habrá que abrir un juicio. El juez en persona deberá ver y preguntar al enfermo. Acudirán testigos. Será preciso el dictamen de tres médicos. Cuando se trate de reincidencia la fórmula será mucho menos complicada. Bastará el dictamen de dos médicos; pero á éstos incumbirá la obligación de avisar inmediatamente al juzgado.

Esta ley tendrá fuerza retroactiva. Su autor desea que no pueda haber en ningún manicomio de Francia, algún desdichado que, teniendo cabal el juicio, esté recluído como demente.

España debiera imitar la conducta de Francia. La ley que rige aquí en tal materia es el decreto de 19 de mayo de 1885 sobre "reclusión de dementes". Está inspirado en la ley de Bélgica que es anticuada y deficiente.

Al revés de lo que el buen sentido aconseja, la ley española quiere que sea más difícil encerrar por segunda vez á un loco que lo fué la primera. Para llevar á un manicomio á quien no ha estado nunca recluído, la cosa es bien fácil; no así para encerrar de nuevo al que ya una vez fué puesto en libertad. ¿Qué pretendió con esto el legislador?. En todo caso y por muchas razones que tuviera para decretar lo que decretó, nuestra ley resulta deficiente y es un deber de humanidad corregir tal deficiencia. El primer paso lo han dado los franceses; no vacilemos en dar el segundo.

A. Riera." (1)

(1) "La Vanguardia". Miércoles, 15 de julio de 1903. Página 4

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